El estado, con toda su variedad de instituciones y políticas, se presenta a menudo como un protector de los desfavorecidos, un guardián para los intereses comunes. Sin embargo, cuando su intervención en la economía se vuelve desmesurada, se convierte mas que en un protector, en un obstáculo. En España, esta realidad es evidente. Hemos construido un sistema donde la mano del gobierno, aunque seguro que bien intencionada, ha asfixiado la libertad empresarial y ha convertido la creación de empleo en una batalla cuesta arriba.
Observemos cómo el mercado laboral español se ha convertido en un campo minado de regulaciones y restricciones. Las leyes, destinadas a proteger, han construido un muro de rigidez que impide la creación de nuevos empleos. Esta protección, en esencia, ha privado a generaciones de jóvenes de oportunidades reales. La intervención estatal ha creado una jaula de oro, donde las promesas de seguridad y bienestar han quedado vacías frente a una economía que no puede moverse con libertad.
En el sector energético, otro bastión del intervencionismo estatal, el control gubernamental ha generado incertidumbre. Los precios de la energía se han manipulado, las inversiones han disminuido, y las empresas privadas miran con recelo un entorno en el que el gobierno interviene sin cesar. Las políticas bienintencionadas pueden ser necesarias, pero cuando su alcance es excesivo, el resultado es la parálisis.
Ningún gobierno, por muy poderoso que sea, puede legislar el ingenio humano ni regular la libertad de los hombres para crear, innovar y prosperar. En este sentido, España debería buscar ejemplos más allá de sus fronteras. Singapur ha demostrado que un gobierno que confía en la libertad económica puede transformar un país pequeño en una potencia mundial. En Suecia, el equilibrio entre una red de protección social robusta y el respeto al libre mercado ha asegurado prosperidad. Es en la libertad, no en la intervención, donde reside el verdadero poder.
Es vital que España deshaga las cadenas que impiden su crecimiento. El intervencionismo no es el futuro, sino el pasado. El verdadero camino hacia la prosperidad radica en otorgar a los ciudadanos y a las empresas el espacio para moverse, para fallar, y para triunfar. Solo así podremos forjar un país donde el éxito no sea el producto del Estado, sino de la libertad.